Aprendí a respetar mi templo. Y no es que yo ya no me disfrute del sexo, es saber que compongo en todo esto, leer entre miradas quien se quedará más tiempo.
Es no aguantar más dramas innecesarios, ser feliz sin vivir aparentando. Y me vi, cayendo cuesta abajo, mientras todos me miraban revolcándome en el fango.
Y cuantas veces di de lo que tenía por ayudar a quienes ni lo merecían. Pasé tiempos oscuros y nadie lo sabía porque me mostraba al mundo con sonrisas y empatía.
Aprendí a ser fuerte porque no tuve otra opción, los cantazos de la vida los tomé como lección. Aunque sigo en pedazos aprendí que de este viaje nadie sale victorioso sin sufrir. De inconformes es el mundo, de esos que siempre quieren más, esperan más, sueñan más, de los que siempre desean más.
Que el amor no se busca, se encuentra y el problema es que creamos expectativas, una idealización, y cuando llega nos da en la cara por escoger sin premeditación. Creamos tantas posibilidades en nuestra imaginación, nos engañamos sólo por recibir un poco de atención. Cambiamos sueños por rutinas, por no salir de la zona de confort.
Y quien soy yo para juzgar si soy otro peón más de la ingenuidad. Sigo escribiendo momentos de ocio, para abrir mentes, una que otra vida salvar.
Que nos cansamos de seguir cayendo cuando crees que todo iba tan bien. Sólo queda aprender a crecer y aprovechar el tren. Hacer el bien antes que la vida cobre el daño que hasta inconsciente hiciste e intentar ser felices.
Porque siempre habrá cicatrices, tú eliges que se conviertan en matices.
Suelta el pasado, habrá días grises, pero tú eliges si haces que brille.
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